sábado, 23 de enero de 2010

Desventuras Internetéreas 1 – Una introducción innecesaria como todas las introducciones

Virginidad. Esa palabra, general y prácticamente exclusivizada (por no decir exclusifijada ni exclusivadora) para el sexo era el epíteto perfecto para describir mi relación con internet.
No vayan a creer que mi propia ignorancia me satisfacía. Jamás fui un purista de aquellos que afirman “A mi la interne no minteresa porque es un instrumento colonizador y lo esencial es invisible a los ojos” con la satisfacción de la oveja que camina a trasmano del rebaño.
No.
Yo no conocía ni había usado la “red de redes” por la simple razón que el viento que impelía las circunstancias de mi vida jamás sopló hacia esos parajes.
Nunca había necesitado Internet de la misma manera que jamás precisé un teléfono celular, una tostadora eléctrica ni un tarro de pintura.
Creo ser un jovenzuelo honrado. Honrado y trabajador. No estoy en contra del capitalismo. El mundo del consumo me parece correcto.
¿A donde quiero llegar con esta introducción? A pormenorizar que clase de persona era un servidor a la hora en la que me inmiscuí en la desaventura mas extraordinaria protagonizada por humano alguno.
Ya vendrá algún sabihondillo relativista a increparme acerca de quien soy yo para minimizar las desventuras ajenas teniendo el tupé de presentar mi vivencia como la mas extraordinaria de todas sin haberlo cotejado antes ante un jurado (ustedes saben que mucha gente cree torpemente en el absurdo veredicto de los jueces).
Tal vez no le falte razón a quien me endilgue semejante acusación. Pero no me importa. Mis historias hablarán por mí.

(no se pierda mas apasionantes revelaciones en el proximo capitulo de “Desventuras Internetéreas”)

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